Persiguiendo a Zapata






Revisando mis libros viejos me encontré con una anécdota que quiero compartir contigo antes de revisar las "Crónicas Marcianas" de Bradbury:


Corría el año 2000 y la empresa para la que trabajaba en ese entonces cerró su departamento de ventas, dejándome felizmente desempleado; mi hermano (que a pesar de ser menor que yo siempre vela por mi) me aceptó como ayudante en la librería qué gerenciaba en ese entonces, regalándome los meses necesarios para conseguir otro empleo y produciendo unos realitos en el ínterin.

Fue parado en la puerta de la librería, en el momento más tranquilo de la tarde, que lo vi pasar por la acera.

Inmediatamente me di vuelta, entré a la librería esquivando a un cliente y subí al primer piso saltándome los escalones de dos en dos; mi hermano me lanzó una mirada de reojo pero me dejó tranquilo, ya al tiempo de conocerme aquellos que me rodean entienden que a veces hago este tipo de cosas.

Resulta ser que la última semana la había pasado en la trastienda de arriba, al fondo del depósito, rescatando libros de cajas viejas y mohosas, evacuando cadáveres de insectos y roedores, haciendo espacio para nuevas estanterías y en general, como cada vez que tengo la oportunidad de revisar cajas llenas de libros viejos, pasándola bomba. En esas pesquisas encontré y coloqué en mi pila personal de "revisar luego" un libro que llamó mi atención, y era ese libro lo que exactamente estaba buscando con tanta prisa ahora.


  
¿Sinceramente? Lo que me llamó la atención fue la portada, no el contenido. Por unos momentos pensé que era un libro escrito por él, pero no, resulta ser que eran cuentos de otro autor pero con sus ilustraciones. Que me disculpe el Sr. Igor Delgado pero valga decir a mi descargo que en los siguientes días me leí los cuentos en el metro en las idas y venidas del trabajo a la casa.

Ya con el libro en las manos emprendí a toda velocidad el camino de vuelta hacia la puerta, atravesándola como una exhalación y deteniéndome en seco en la acera tratando de ubicar hacia donde había agarrado. Allá lo vi entre el gentío de un día de semana por la tarde en Caracas, flanqueado por un el periodista y un camarógrafo, andando en dirección a una de las entradas de la estación del Metro de Plaza Venezuela.

Empecé a caminar rápido para alcanzarlo pero sin llegar a correr; los nacidos en Caracas en estas décadas de furia sabemos que caminar apurado está bien pero correr puede levantar alarma.

Lo alcancé justo frente a un puesto de buhoneros ya pasando la estación, caminando con la vista hacia el frente y relatando algo con su hablar pausado, el periodista a la par de él sosteniendo el micrófono frente a su boca, el camarógrafo enfrascado en su labor y caminando como un cangrejo, de espaldas y navegando por instrumentos.

Caminé un poco rezagado detrás de ellos, oyendo las preguntas y las respuestas sin escucharlas realmente, pensando monotemáticamente "¿y cómo le pregunto?".

El periodista baja el micrófono, el camarógrafo aparta la cámara y echa una miradita por encima del hombro para cerciorarse que el camino está libre antes de seguir. Pausa. Ahora o nunca.

Me adelanto un poco por el lado derecho, inclinándome con el librito en la mano y diciendo:

-"¿Señor Zapata?".-

Pedro León Zapata voltea, me mira y lo juro que no sé que me contesta.

Ahora que lo rememoro solo recuerdo su frente alta y sus anteojos; me parece que las personas famosas siempre van a ser una caricatura de sí mismas en la mente del público, sus rasgos se pueden resumir en un par de trazos y el resto del rostro es accesorio.

En cierto modo me recordó a mi abuelo, quizá no en lo físico si no en la actitud. Acordarme del viejo Carlos siempre me saca de sitio.

Resulta ser que estoy como embobado viendo en vivo y directo lo que desde mi infancia es la foto de un artista. Pasan un par de segundos y me doy cuenta que algo le tengo que contestar. Arriesgando un "non sequitur" me lanzo de cabeza:

- "¿Sería tan amable de darme su autógrafo?" - le digo en una posición medio inclinada de japonés pidiendo un favor - "se que este libro no es suyo, pero la ilustración de la portada sí".

El toma el librito, una edición rústica tamaño bolsillo, y me dice que sí, que lo escribió un amigo de el, y que como no. Saca el bolígrafo y me pregunta el nombre. Yo se lo digo con la infaltable coletilla:

-"con dos "ele" al final, sin la "e"."- pero igualito me lo pone con una sola "ele". A caballo regalado...

Entonces casi me muero. Porque Zapata no solo me dedicó el libro, si no que me bosquejó un dibujo.

  
Me da el libro, le doy las gracias, el se da la vuelta y sigue caminando, de vuelta a su entrevista y a su vida. Yo de vuelta a la librería y a la mía.

Todos los creadores dejan pequeñas semillas regadas a su paso, prendas de su intelecto y su talento que sus admiradores recogemos, atesoramos y con suerte logramos legar a una siguiente generación. De esta forma, supongo yo, los creadores vivirán por siempre; es la verdadera inmortalidad, el permanecer en la memoria viva.

Gracias Pedro León, vivirás una eternidad.

... y que la Fuerza te acompañe, siempre.


P.D.: El libro nunca lo compré, digamos que me lo "regalaron".