Antes de la llegada de internet las venganzas de corazones rotos se cobraban de otras maneras.


Siempre estaba el hablar “paja” de la chica que lastimó nuestro orgullo (cosa que en internet vendría acompañada por fotos para demostrarlo). Hacerle alguna maldad en el liceo o en alguna fiesta. Buscarse una “marimacha” para que le diera unos coñazos (y la sadiqueara).


En nuestro caso era un plato que se comía bien frío. Todas nuestras cuentas se cobraban en carnavales. Desde que entraba el mes que tocase carnaval hasta la octavita el agua (natural, fría o a punto de congelamiento), la pintura, el azul de metileno, los huevos podridos, orina, flema, “peos líquidos” y demás “porquerías” eran la moneda con la que se arreglaban esos asuntos pendientes (sí, éramos unos resentidos). 
   
Un carnaval ya casi a mitad de los 90s (94) patrullábamos la cuadra unos panas para ver quién sería la “victima” que nos alegraría la tarde. Al cruzar la esquina vemos que “ella” va saliendo de los edificios con rumbo a la frutería del “portugués”.  Era el momento.



Habían pasado unos cuatro meses desde que “ella” me había dejado de hablar de la noche a la mañana, sólo para saber que fue porque se había empatado con otro chamo que también vivía en los edificios. Fueron días muy amargos (sobre todo si se habla del primer “culito” que uno tenía).
   
Enviamos a la mascota del grupo para que buscara las “bombas congeladas”.
Él era el más entusiasta del grupo en carnavales (compraba centenares de globitos, preparaba las mezclas, enterraba los huevos con semanas de anticipación, tenía botellas con orina), corría rápido y vivía cerca del lugar. De alguna manera era el Terrorista que hacía el “trabajo sucio” (lo bueno de que fuese el menor).


Regresa con las “bombas” y le damos “el plan de ataque” que era muy sencillo, en el momento en que “ella” estuviese en la mitad de la calle la atacaría por la espalda… si lo hacía después de que la cruzara, podía correr a un local del centro comercial.


Sale “ella” de la frutería con una bolsita con unos tomates, cebollín y un par de cebollas. Dejamos al pana solo para que hiciera su trabajo mientras observábamos desde la otra esquina. Se le viene por detrás y en lo que va justo en la mitad de la calle (doble vía) la alcanza con un certero golpe en medio de la espalda dejándola como venado encandilado, inmóvil en ese punto, luego le da dos bombazos más (igual de fuerte) haciendo que soltara la bolsita de las compras, ruedan unos tomates que son aplastados por un auto que pasaba. Hubo un cuarto lanzamiento pero apenas rozó una oreja de la chama que ya había reaccionado. 


He de decir que el placer que sentí fue grande. Y lo celebramos al rato.


La dejamos recogiendo lo que le quedaba del mercadito (lo que no fue “espachurrado”) yéndonos caminando como si nada hubiese pasado (yo con la música de El Padrino en la cabeza). 


Creo que a estas alturas “ella” no lo recordará. Yo lo recuerdo, pero no con el placer de esos días.
    
Con el tiempo ese tipo de “venganza” dejó de practicarse, muchas chamas empezaron a hacerse novias de los malandros de la zona. Oficialmente creo que terminó en el 97 – 98 cuando el grupo estaba reunido en la plaza esperando alguna chama para mojar, cuando un auto les cae y de él se baja un carajo con una 38 apuntando a todos. Detrás del chamo se baja la hermana (que había sido mojada hacía unas horas) y señala a uno de los panas. El malandro llega les dice un poco de vainas se guarda la pistola y le da dos cachetadas al señalado. 


Se acabó la fiesta.